Esta es una crónica del ensayo general, un día antes, previo a la inauguración de las festividades del Bicentenario de Independencia que esboza a algunos de los muchos artistas, quienes con su talento, harán que recordemos esta celebración de Bicentenario, durante mucho tiempo.
“¡Estoy nerviosa, emocionada, no encuentro una palabra que describa lo que siento!, dice Jasmín Marroquín, en la antesala del Teatro de Cámara. A escasos metros, un grupo de nueve jóvenes vocalizan, previo a cantar el Himno Nacional con la Orquesta Sinfónica Nacional.
Jasmín habla bajo, como si temiera interrumpir a sus compañeros. Es originaria de Santa Cruz del Quiché. “Empecé cantando en el coro de la iglesia, la gente le decía a mi papá que yo tenía un don natural”, cuenta esta estudiante de Odontología de 19 años y dueña de un pequeño restaurante de crepas en Nebaj.
“Quiero que vocalicemos, lo haremos articulando la “r”. ¡Sientan como todas las vibraciones recorren su cara!”, Nelson Alvarado, sigue atento la instrucción. Llegó de Quetzaltenango y fue seleccionado entre los estudiantes del Conservatorio de Música de Occidente, Jesús Castillo.
“Cantar en una oportunidad histórica como ésta, es algo que ya tengo para contar a mis nietos, ¡uf imagínese!”, dice Nelson mientras su mirada se pierde por un momento en el vacío como si pasara revista a su futuro. Sin embargo, después de estudiar cuatro años violín, tiene una meta que no es cantar. “¿Sabe cuál es mi sueño? Sentarme en una de esas filas de la Orquesta Sinfónica Nacional, ¡ese es!”.
En la Gran Sala, Efraín Recinos, después de haber afinado, unos suaves golpecitos de la batuta del director, Alfredo Quezada, están a punto de provocar esa magia que casi un centenar de músicos toquen cada una de las notas en la misma frecuencia.
Una veintena de espectadores comparten el silencio cómplice de la Orquesta, entre ellos, el ministro de Cultura y Deportes, Felipe Aguilar y el director de las Artes, Luis Mijangos, que llegaron a presenciar los toques finales de la gala de este sábado.
“Aprendí a tocar a los siete años y creo que a los nueve ya sabía el Himno Nacional”, recuerda Quezada, quien desde hace una década, es el Violín Concertino de la Orquesta Sinfónica Nacional y el encargado de dirigir el viaje sonoro para este concierto de Bicentenario de Independencia.
La música de Eulalio Samayoa, Mariano Valverde, Paco Pérez y Belarmino Molina resuena contiguo al escenario. Allí frente a los camerinos, la voz de Ileana Flores, coreógrafa del Ballet Moderno y Folklórico trata de conectar el cuerpo y la mente de los bailarines. Los pies apoyados en el suelo con los tobillos juntos y los dedos hacia afuera forman una línea en la que los talones se tocan, mientras las rodillas se flexionan. “Uno y dos y tres y cuatro y cinco y seis, siete y ocho”, la voz de la balletista suena como un dictado rítmico, invariable, en el que reina el silencio.
Flores ingresó a los doce años a la compañía de la Escuela Nacional de Danza «Marcelle Bonge de Devaux», forma parte del Ballet Moderno y Folklórico desde 1992 y fue la encargada de dar vida a la coreografía que evoca la Danza Ancestral de las Doncellas de Tak’alik A’baj’, con música de Paulo Alvarado.
En palabras de la arqueóloga, Christa Schieber, en su ensayo “La Danza Ancestral de las Doncellas de Tak’alik Ab’aj”, la historia de la coreografía está en la interpretación arqueológica del Entierro Real No. 2 de Tak’alik A’baj’ y ofrendas asociadas, que representan los implementos dejados in situ después de haber efectuado el ritual funerario. Sin duda, su deseo plasmado en las páginas de la investigación de convertirlo en “materia prima para una recreación artística sobre este tema en particular y por esta vía lograr que forma parte del imaginario de la población”, se ha cumplido.